sábado, 9 de julio de 2016

EL PODER DE LO IN-VISIBLE



Llevo la cadena que forjé para mi vida. La fabriqué con irremediable esperanza y me aferré a ella con voluntad ciega. Ahora, me esfuerzo por descubrir su sapiencia, pero el peso de los eslabones no permite que se me revele. Aún sigo en la sombra y no encuentro la manera de conocer los colores ocultos de la luz.

El diálogo interno es un monólogo que escudriña muchos puntos de vista, pero todos están sujetos a los mismos prejuicios. La interacción con otros no es una opción, es una necesidad, porque la comunicación es el sostén intransferible del equilibrio de la humanidad. Compartimos espacios sin acuerdos, cooperamos por verdades ausentes, combatimos por mentiras confusas, imponemos nuestras causas y escapamos despavoridos por las consecuencias. En este juego de coexistencias, algunas veces somos sujetos pensantes y otras tanta nos convierten en objetos de deseo y rechazo. Humanidad intercambiable que nos llena de confusión. Actividad cognitiva que se divierte con nosotros sin que nos demos cuenta.

Siempre perseguimos la ausencia, por la esperanza férrea de un nuevo encuentro. Cada huida nos obliga a construir otro camino, a transitar un recorrido inesperado. Sartre lo sabía muy bien, en las transcripciones de nuestra vida se almacenan las decisiones inevitables y las indecisiones aplazadas. Son las adaptaciones de las emociones y de los pensamientos las que articulan las lecturas del pasado con las perspectivas hacia el futuro. El recuerdo y la esperanza sólo existen en el pensamiento, en el presente. Hay que limpiar la consciencia de toda acumulación multi-temporal para que el presente cumpla su función vital: ser el terreno de todas las posibilidades.

La historia de nuestra vida es la transcripción azarosa de los pensamientos, acciones, intenciones, sentimientos, intereses e interacciones con el mundo circundante. Somos su dueño y es nuestro derecho recurrir a ella cuantas veces necesitemos. No obstante, cada vez que la leemos, la reconstruimos y la interpretamos, buscamos demostrar lo que nos conviene. Sus resultados son verdades gestionadas por hologramas convincentes, creados por el motor de la autocomplaciencia. Conductas de esta índole no son meras autoflagelaciones, en realidad son la exigencia natural de la humanidad: Indagar en las transcripciones de la vida para multiplicar las probabilidades y las potencialidades de la satisfacción propia.

Los hábitos personales diseñan los moldes para fabricar los eslabones preferidos, algunos son rústicos, brillantes, coloridos, lujosos y sofisticados, otros más son frágiles, delicados y ocultos, pero todos ellos se constituyen en un régimen de decisiones, en un sistema de creencias, un esquema de prejuicios, una alacena de significados que generan filtros para el disfrute y desagrado de todas las vivencias. Por ello, cada acontecimiento no es importante en sí mismo, es transcendente por el cúmulo de sentimientos y pensamientos que estuvieron involucrados. Estos imprimen una huella que será transformada cada vez que se haga una lectura de ella.

El eslabón más problemático se desprende de la verdad holográfica que supone que la vivencia de un acontecimiento es razón suficiente para dictaminar su exactitud. Pero personas involucradas en el mismo suceso grabarán muchas variaciones de su huella. Esto se debe a que cada cerebro aprende a almacenar y a organizar la información en formas infinitamente diferentes, lo que hace que elementos sutiles, imperceptibles para algunos y evidentes para otros, sean canjeados por versiones distantes e incluso antagónicas. He aquí el origen y ramificación de los puntos de vista, esquema que determina las relaciones entre jefes y subalternos, entre mujeres y hombres o entre padres e hijos.

Mi cadena es la verdad que me guía, es su peso al que me someto porque no he aprendido otra manera de reconocer mi cuerpo. El dolor no fustiga, es la incertidumbre de perder su sensación nuestra mayor amenaza. Pero la frustración mayor aparece cuando los demás no reconocen la pureza de mis significados, lo inevitable de mi visión del mundo. El tormento de mi cuerpo se forja al descubrir que el universo holográfico por el que tanto luché, en últimas, no sirvió para escaparme de sus consecuencias. Después de todo, la luz emitida por mi verdad holográfica siempre me ocultó los infinitos matices y colores que se resguardaban en su artificiosa iluminación.

¿RECONOCES LAS CADENAS QUE HAY A TU ALREDEDOR?

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