Llevo la cadena que forjé para mi vida. La
fabriqué con irremediable esperanza y me aferré a ella con voluntad ciega.
Ahora, me esfuerzo por descubrir su sapiencia, pero el peso de los eslabones no
permite que se me revele. Aún sigo en la sombra y no encuentro la manera de conocer los colores ocultos de la luz.
El
diálogo interno es un monólogo que escudriña muchos puntos de vista, pero todos
están sujetos a los mismos prejuicios. La interacción con otros no es una
opción, es una necesidad, porque la comunicación es el sostén intransferible
del equilibrio de la humanidad. Compartimos espacios sin acuerdos, cooperamos
por verdades ausentes, combatimos por mentiras confusas, imponemos nuestras
causas y escapamos despavoridos por las consecuencias. En este juego de
coexistencias, algunas veces somos sujetos pensantes y otras tanta nos convierten
en objetos de deseo y rechazo. Humanidad intercambiable que nos llena de
confusión. Actividad cognitiva que se divierte con nosotros sin que nos demos
cuenta.
Siempre perseguimos la ausencia, por la esperanza férrea de
un nuevo encuentro. Cada huida nos obliga a construir otro camino, a transitar
un recorrido inesperado. Sartre lo sabía muy bien, en las transcripciones de
nuestra vida se almacenan las decisiones inevitables y las indecisiones
aplazadas. Son las adaptaciones de las emociones y de los pensamientos las que
articulan las lecturas del pasado con las perspectivas hacia el futuro. El
recuerdo y la esperanza sólo existen en el pensamiento, en el presente. Hay que
limpiar la consciencia de toda acumulación multi-temporal para que el presente
cumpla su función vital: ser el terreno
de todas las posibilidades.
La historia de nuestra vida es la
transcripción azarosa de los pensamientos, acciones, intenciones, sentimientos,
intereses e interacciones con el mundo circundante. Somos su dueño y es nuestro
derecho recurrir a ella cuantas veces necesitemos. No obstante, cada vez que la
leemos, la reconstruimos y la interpretamos, buscamos demostrar lo que nos
conviene. Sus resultados son verdades gestionadas por hologramas convincentes, creados
por el motor de la autocomplaciencia. Conductas de esta índole no son meras
autoflagelaciones, en realidad son la exigencia natural de la humanidad: Indagar en las transcripciones de la vida para
multiplicar las probabilidades y las potencialidades de la satisfacción propia.
Los hábitos personales diseñan los moldes para
fabricar los eslabones preferidos, algunos son rústicos, brillantes, coloridos,
lujosos y sofisticados, otros más son frágiles, delicados y ocultos, pero todos
ellos se constituyen en un régimen de decisiones, en un sistema de creencias,
un esquema de prejuicios, una alacena de significados que generan filtros para
el disfrute y desagrado de todas las vivencias. Por ello, cada acontecimiento
no es importante en sí mismo, es transcendente por el cúmulo de sentimientos y
pensamientos que estuvieron involucrados. Estos imprimen una huella que será
transformada cada vez que se haga una lectura de ella.
El eslabón más problemático se desprende de
la verdad holográfica que supone que la vivencia de un acontecimiento es razón
suficiente para dictaminar su exactitud. Pero personas involucradas en el mismo
suceso grabarán muchas variaciones de su huella. Esto se debe a que cada
cerebro aprende a almacenar y a organizar la información en formas
infinitamente diferentes, lo que hace que elementos sutiles, imperceptibles
para algunos y evidentes para otros, sean canjeados por versiones distantes e
incluso antagónicas. He aquí el origen y ramificación de los puntos de vista,
esquema que determina las relaciones entre jefes y subalternos, entre mujeres y
hombres o entre padres e hijos.
Mi cadena es la
verdad que me guía, es su peso al que me someto porque no he aprendido otra
manera de reconocer mi cuerpo. El dolor no fustiga, es la incertidumbre de
perder su sensación nuestra mayor amenaza. Pero la frustración mayor aparece cuando
los demás no reconocen la pureza de mis significados, lo inevitable de mi
visión del mundo. El tormento de mi
cuerpo se forja al descubrir que el universo holográfico por el que tanto
luché, en últimas, no sirvió para escaparme de sus consecuencias. Después de
todo, la luz emitida por mi verdad holográfica siempre me ocultó los infinitos
matices y colores que se resguardaban en su artificiosa iluminación.
¿RECONOCES LAS CADENAS QUE HAY A TU ALREDEDOR?
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