Periodistas
revoloteando con cámaras y micrófonos, una veintena de hombres armando una
carpa majestuosa, cuyo costo de alquiler alcanza para construir más de un
centenar de viviendas de interés social. El director del sacro evento, un
cincuentón que porta con elegancia un vestido verde olivo con botones dorados
brillantes y justo en su corazón exhibe una bisutería perfectamente organizada
que define su rango. Sin importarle el calor intenso y el sudor oscureciendo su
traje, observa con mirada acuciosa el desarrollo de los preparativos.
Los invitados especiales
sobresalen en la multitud porque visten de blanco, hombres y mujeres que
parecen ángeles que vienen a reforzar la atmosfera celestial. Una Orquesta de
Cámara interpreta el Himno Nacional con la solemnidad de un acontecimiento
patriótico. Cinco discursos de monótonas explicaciones, justificaciones y
promesas llenan el ambiente de desilusiones.
Sube un representante de la comunidad
que perdió a 32 de sus miembros, en una madrugada de luna resplandeciente, a
disparos de fusil. Frente al auditorio y obnubilado por el despliegue logístico
del evento, baja la mirada con la resignación del descubrimiento de una
traición, dobla en cuatro partes el papel que tiene en sus manos y lo guarda en
el bolsillo derecho de su pantalón.
—Hemos llegado en nuestras
canoas. Muchos días de hambre nos agobian porque no hemos podido regresar a
pescar. Estamos sentados detrás de todos los que están vestidos de blanco. No
alcanzo a reconocer la gente de mi pueblo. Nunca imaginamos que nuestros 32
familiares, esposas, madres, hijos y abuelos masacrados fueran a ser recordados
en una fiesta. Han pasado 4166 días de nuestro doloroso recuerdo y sólo hemos
visto algunas personas con chalecos de distintos colores que cada tres meses
llegan a hacer encuestas, nos dicen que son informaciones necesarias para
diseñar planes de ayuda social, pero los dirigentes de estas instituciones no
han descubierto cómo reducir el hambre del pueblo, como si la comida no
estuviese inventada. Nosotros solo necesitamos que nos dejen pescar tranquilos.
Estamos convencidos que el pescado, la yuca y el arroz que no hemos comido en
los 4166 días lejos del agua cuesta una pequeña parte de todo lo que se
gastaron en esta fiesta para periódicos y noticieros.
Lo más triste de todo es que en
sus voces no se siente ni se escucha el significado del perdón.
¿SABES QUE SE NECESITA PARA PERDONAR?
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Felicitaciones, muy buena crónica.
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